“Hay que reconocer que ya no tenemos a nuestro alcance ningún modelo creíble de sociedad alternativa: tenemos la postura de la postura de la renuncia radical, la esperanza y la organización práctica de otro mundo no”.
(La felicidad paradójica – Gilles Lipovetski pg 133)
Hace rato le pedí la pista al ideal político. Se siente como si seguir modelos fuera inútil: lo necesario es ir resolviendo problema por problema.
Siempre me he sentido tonta políticamente. No sé si tiene que ver con la injusticia epistemológica, o con que la gente suena con mucha certeza cuando defiende a modelos económicos o a figuras políticas. He entrado en una especie de cinismo político, en el que defender a cualquier político me da asco. Sé que no tengo estómago para ser política y me impresiona la gente que trabaja en ello. Seguir la pista de todo lo que pasa parece imposible. La ciudad es enorme y el mundo un pañuelo. A veces siento que estoy negociando entre informarme y deprimirme.
En la película Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, Silverio (que representa a Iñárritu en esta especie de autobiografía) señala la situación migratoria mexicana-estadounidense. Su hijo le reprocha que él no tiene nada que ver, que está lucrando con la experiencia de los migrantes. Le pregunta si ellos también son migrantes (se mudaron de México a Estados Unidos). Silverio le dice que sí, pero no son como ellos, sino migrantes de clase alta y privilegiados. Migrantes VIP. Aunque la manera en la que migraron no fue la misma, para su identidad mexicana estadounidense migrar significa algo.
Mi amigo estaba enojado porque Iñárritu puso la situación migratoria en su película. “No le corresponde” me dijo. ¿Y entonces a quién le corresponde?, pregunté. Me dijo que a ellos solamente. Estoy en desacuerdo. Si no podemos señalar o echar luz a alguna situación porque no pertenecemos ¿cómo se puede empezar a solucionar? Los problemas son demasiados. Hablar de ellos es un comienzo. Es indiscutible el poder mediático que pueden llegar a tener estas películas. La atención que dirigió ROMA a las trabajadoras domésticas, es prueba de esto.
Y sí, tal vez Bardo, como dice mi amigo, es muy whitexican. Guatechican. Pero al menos es sincero al respecto. En ningún momento Iñárritu pretende salvar a nadie. Hasta vemos su sensación de “ya qué, así funciona” cuando no dejan pasar a la señora que trabaja con la familia al lujoso club de playa. Pero se atreve a poner luz en algunas cosas. Y poner luz no es solucionar, pero al menos es un inicio. Quizá para él sea como: este problema no lo vivo directamente pero me involucra como mexicano. Tal vez ahí yazca el verdadero significado de la patria. En los dolores compartidos, en las cosas que quisiéramos solucionar. Señalar no es solucionar pero reconocer el problema tal vez sea un inicio. O quizá no. Quizá Iñárritu los pone ahí de la misma manera en la que ve a su trabajadora doméstica. “Mira esto es horrible y no puedo hacer nada al respecto.” Tal vez se siente que no hay modelos creíbles de sociedad alternativa y se contiene de ser moralista y aleccionador. Tal vez su banalidad y aparente cinismo sean menos hipócritas o se sientan más sinceros que intentar cambiar o arreglar los problemas.
Al final no sé. Quizá la película sea su intento de comienzo de una solución mediante la mención de los problemas. Al menos existe esa angustia por solucionar todavía en las personas.